«No soy de ciencias, ¡no! Ni de letras, ¡no! ¡Soy del juego! Soy del juego que es el deporte y también soy del juego que es la poesía. Estoy hecha de juego. Él me construye y él me define. Con raquetas y pelotas o con sílabas y versos, ¡qué más da! Un día sin jugar es un día gris». Laura Mambrilla Ramos (col. 10.432), autora del libro “De todo, de mí, de nada”.
En el número 210 de la revista Profesiones, Unión Profesional ha compartido un texto de la educadora físico deportiva Laura Mambrilla Ramos (col. 10.432). Esta invitación a escribir en esta revista de alcance multiprofesional tiene como objetivo subrayar el papel de aquellas y aquellos profesionales que, además de ejercer su propia profesión, desarrollan otras habilidades creativas, como es el caso de la escritura.
Laura cultiva la escritura como un hábito de vida y en 2022 decidió compartir parte de sus escritos en el libro “De todo, de mí, de nada”. Os dejamos con esta emocionante pieza que también puedes encontrar en el último número de la revista Profesiones.
INVENCIBLE Y ETERNA ¿Ciencias o letras? La primera decisión importante de nuestras vidas. La que iba a definir en gran manera nuestra futura profesión. Entonces lo tenía claro y no dudé ni un segundo: ¡ciencias! Sí, ciencias. Pero Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, la única carrera que quería estudiar. Sin embargo, las letras navegaban dentro de mí como siempre lo han hecho. Recuerdo aquellos sonetos de Góngora y Lope de Vega, aquellas liras de Fray Luis de León, aquel Romancero Gitano de García Lorca y, sobre todo, aquellas Rimas de Bécquer resonando en mi interior y ocupando un lugar privilegiado. Recuerdo los largos ratos que dedicaba mi profesor de lengua castellana, en 8º EGB, a leernos en voz alta todas y cada una de las composiciones de este, para mí, fascinante autor. Su musicalidad, fluidez y belleza me atrapaban. Admiraba esa manera tan particular que tenía de referirse al amor, a la muerte, al mundo… a su mundo. Si tuviera que elegir, me quedaría con sus más famosas líneas: Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. ¡Jugando llamarán! ¡Voilá! ¡Jugar! Palabra clave en mi caso. Palabra clave que conecta dos realidades aparentemente tan alejadas entre sí. No soy de ciencias, ¡no! Ni de letras, ¡no! ¡Soy del juego! Soy del juego que es el deporte y también soy del juego que es la poesía. Estoy hecha de juego. Él me construye y él me define. Con raquetas y pelotas o con sílabas y versos, ¡qué más da! Un día sin jugar es un día gris. Contar las sílabas para crear los versos podría considerarse un deporte mental que demanda de quien lo practica grandes dosis de reflejos, de agilidad, de fuerza, de resistencia, de coordinación, de velocidad de reacción, de flexibilidad y de equilibrio. Podría perfectamente compararse con una partida de ajedrez donde cada movimiento cuenta, donde los detalles son importantes, donde todas y cada una de las fichas colaboran para lograr el deseado, y a menudo inesperado, resultado final. Porque cuando la inspiración se apodera de mí, no tengo la menor idea de cómo ni cuándo pondré el último punto a la última estrofa. En la poesía, a diferencia de lo que sucede en el deporte, la victoria es el único resultado posible. Una valiosa victoria conseguida ante el papel en blanco, ante la mano temblorosa, y, más importante aún, ante la vergüenza y el miedo. Sí, ante ese miedo a sacar algo de muy dentro y ponerlo delante de los ojos de quien quiera leerlo. Nada más y nada menos. Sensación de dulce victoria y, al mismo tiempo, de inquietante vértigo al dejar que se exprese con total libertad la persona que está detrás de la profesión que ejerce. Y es que no nos define nuestra profesión (en mi caso la de educadora físico deportiva), nos define nuestra esencia. Yo no soy nada de lo que hago y probablemente tampoco me llame como me llamo... yo soy mi esencia. Y la poesía es una herramienta maravillosa para dejar que se exprese y salga a la luz, para devolvérsela al mundo, mostrándosela, dejando de ocultarla tras las máscaras que nos regala, poco después de nacer, esta sociedad en la que vivimos. Escribir me ayuda a ser más yo, a sentirme un poco más libre, a compartir mis vivencias que, al fin y al cabo, son las de todas las personas que habitamos este planeta. Porque detrás de todas esas máscaras impuestas, dormita desnuda nuestra esencia. La esencia inocente, pura y sincera que nos esforzamos en esconder por vergüenza y por miedo. Esa esencia que vence al papel en blanco y a la mano temblorosa con la fuerza de un huracán. Esa esencia que no conoce la derrota ni la conocerá. Esa esencia que es invencible y eterna, como me siento yo cuando escribo. |
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